martes, 7 de agosto de 2012

¿Que es y cuando actuara el Reino de Dios?


 El Reino de Dios es un gobierno que ha establecido Jehová. Y él mismo ha escogido al Rey de ese gobierno. ¿Quién es ese Rey? Jesucristo. Él es superior a todos los gobernantes humanos; por eso se dice que es “el Rey de los que reinan y Señor de los que gobiernan como señores” (1 Timoteo 6:15). Jesús tiene el poder de hacer muchas más cosas buenas que cualquier gobernante humano, incluso que los mejores.

 ¿Desde dónde gobernará el Reino de Dios? Pues bien, ¿dónde está Jesús? como ya hemos visto, poco después de que lo ejecutaran en un madero de tormento y de que resucitara, ascendió al cielo (Hechos 2:33). Por lo tanto, allí es donde está el Reino de Dios: en el cielo. Por eso la Biblia lo llama un “reino celestial” (2 Timoteo 4:18). Pero aunque está en el cielo, ejercerá su poder sobre la Tierra (Revelación [Apocalipsis] 11:15).

 Jesús es un Rey excepcional. ¿Por qué decimos esto? Para empezar, porque nunca morirá. La Biblia dice que, en comparación con los reyes humanos, él es “el único que tiene inmortalidad, que mora en luz inaccesible” (1 Timoteo 6:16). De manera que todas las cosas buenas que haga serán permanentes. Y sin duda hará muchas.

 Fíjese en lo que predice la Biblia sobre Jesús: “Reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. Y su deleite estará en el temor de Jehová. No juzgará según las apariencias, ni decidirá por lo que sepa de oídas; sino que juzgará con justicia a los pobres, y decidirá con equidad en favor de los mansos de la tierra” (Isaías 11:2-4, Santa Biblia, Reina-Valera, 1977). Estas palabras muestran que Jesús va a reinar sobre los seres humanos con justicia y compasión. ¿Le gustaría tener un gobernante así?

 Otra característica del Reino de Dios: Jesús no gobernará solo, sino acompañado de otros reyes. Por ejemplo, el apóstol Pablo le dijo a Timoteo: “Si seguimos aguantando, también reinaremos juntos” (2 Timoteo 2:12). Así es, Pablo, Timoteo y otras personas fieles escogidas por Dios gobernarán con Jesús en el Reino celestial. ¿Cuántos tendrán ese privilegio?

 El apóstol Juan contempló en una visión al “Cordero [Jesucristo] de pie sobre el monte Sión [su puesto de Rey en el cielo], y con él ciento cuarenta y cuatro mil que tienen escritos en sus frentes el nombre de él y el nombre de su Padre”. ¿Quiénes son esos 144.000? Juan mismo lo aclara: “Estos son los que van siguiendo al Cordero no importa adónde vaya. Estos fueron comprados de entre la humanidad como primicias para Dios y para el Cordero” (Revelación 14:1, 4). En efecto, son seguidores fieles de Jesucristo a quienes se elige para que gobiernen con él en el cielo. Después de morir y de resucitar en el cielo, van a “reinar sobre la tierra” junto con Jesús (Revelación 5:10). Desde los tiempos de los apóstoles, Dios ha ido escogiendo a cristianos fieles a fin de completar la cifra de 144.000.

 Jehová ha sido muy amoroso al decidir que Jesús y los 144.000 gobiernen a la humanidad. Para empezar, Jesús fue hombre y por eso conoce los sufrimientos del ser humano. Pablo dijo que no es alguien que “no pueda condolerse de nuestras debilidades, sino [alguien] que ha sido probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado” (Hebreos 4:15; 5:8). Los que gobernarán con él también han aguantado los sufrimientos propios de los seres humanos. Además, han luchado contra la imperfección y han padecido todo tipo de enfermedades. Sin duda entenderán los problemas que afronta la humanidad.




¿QUÉ HARÁ EL REINO DE DIOS?

 Jesús no solo mandó a sus discípulos que oraran para que viniera el Reino de Dios; también les dijo que debían pedir que se hiciera la voluntad de Jehová “como en el cielo, también sobre la tierra”. En el cielo, donde está Dios, los ángeles fieles siempre han hecho la voluntad divina. No obstante, aprendimos que un ángel malvado dejó de cumplir la voluntad de Dios y consiguió que Adán y Eva pecaran. La Biblia enseña que ese ángel recibe el nombre de Satanás.              Dios permitió que él y los espíritus que decidieron seguirlo —llamados demonios— permanecieran en el cielo por un tiempo. Por lo tanto, en los días de Jesús, no todos los seres que había en el cielo estaban haciendo la voluntad de Dios. Pero eso cambiaría cuando Jesucristo comenzara a gobernar en el Reino de Dios y luchara contra Satanás (Revelación 12:7-9).

 Las siguientes palabras proféticas revelan lo que pasaría: “Oí una voz fuerte en el cielo decir: ‘¡Ahora han acontecido la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque ha sido arrojado hacia abajo el acusador de nuestros hermanos [Satanás], que los acusa día y noche delante de nuestro Dios!’” (Revelación 12:10). ¿Se ha dado cuenta de que en ese versículo se mencionan dos importantes sucesos? En primer lugar, empieza a gobernar el Reino de Dios dirigido por Jesucristo. En segundo lugar, Satanás es expulsado del cielo y arrojado a la Tierra.

 Esos dos acontecimientos ya han tenido lugar. ¿Cuáles han sido las consecuencias? Leamos lo que ocurrió en el cielo: “A causa de esto, ¡alégrense, cielos, y los que residen en ellos!” (Revelación 12:12). Así es, los ángeles fieles se alegran porque, como se echó a Satanás y sus demonios del cielo, todas las criaturas que allí quedan son fieles a Jehová Dios, y entre ellas reina una paz y armonía total. De modo que en el cielo ya se está haciendo la voluntad de Dios.

 ¿Qué puede decirse de la Tierra? La Biblia indica: “¡Ay de la tierra y del mar!, porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto espacio de tiempo” (Revelación 12:12). Satanás está furioso porque se le ha expulsado del cielo y le queda poco tiempo. Como siente tanta cólera, se dedica a causar problemas en la Tierra. Pero, en vista de lo que hemos analizado, surge la pregunta: ¿cómo logrará el Reino que se haga la voluntad de Dios en la Tierra?

 Pues bien, recuerde cuál es la voluntad de Dios para la Tierra. Jehová mostró en el jardín de Edén que desea que este planeta se convierta en un paraíso y se llene de seres humanos justos que nunca mueran. Cuando Satanás consiguió que Adán y Eva pecaran, se vio afectado el cumplimiento de la voluntad de Dios para la Tierra, pero dicha voluntad no cambió. Jehová todavía quiere que se cumplan estas palabras: “Los justos mismos poseerán la tierra, y residirán para siempre sobre ella” (Salmo 37:29). Y el Reino de Dios logrará eso. ¿Cómo?

 En Daniel 2:44 encontramos esta profecía: “En los días de aquellos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos”. ¿Qué nos dice esta profecía sobre el Reino de Dios?

 En primer lugar, menciona que dicho gobierno se establecería “en los días de aquellos reyes”, es decir, mientras aún existieran otros reinos, o gobiernos. En segundo lugar, indica que el Reino subsistirá, o durará, para siempre. Ningún otro gobierno lo derrotará ni reemplazará. En tercer lugar, revela que habrá una guerra entre el Reino de Dios y los reinos de este mundo, y que el vencedor será el Reino de Dios. Al final, será el único gobierno que tenga la humanidad y será el mejor que esta ha conocido.

 La Biblia da mucha información sobre esa guerra entre el Reino de Dios y los gobiernos de este mundo. Por ejemplo, señala que al acercarse el fin, los espíritus malos esparcirán mentiras para engañar a “los reyes de toda la tierra habitada”. ¿Con qué propósito? “Para reunirlos a la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso.” Los reyes serán reunidos “en el lugar que en hebreo se llama Har–Magedón” (Revelación 16:14, 16). En vista de lo que dicen estos dos versículos, ese enfrentamiento entre los gobiernos humanos y el Reino de Dios recibe el nombre de batalla de Har–Magedón, o Armagedón.

 ¿Qué logrará el Reino de Dios mediante Armagedón? Pensemos de nuevo en la voluntad de Jehová para la Tierra: que se convierta en un paraíso y se llene de personas perfectas y justas que le sirvan a él. ¿Qué impide que dicha voluntad se esté haciendo ahora mismo? El primer problema es que somos pecadores, de modo que nos enfermamos y morimos. Sin embargo, aprendimos que Jesús murió por nosotros a fin de que podamos vivir para siempre. Seguramente recordará estas palabras del Evangelio de Juan: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).

 Otro problema es que hay muchas personas que se comportan mal. Mienten, engañan y llevan vidas inmorales. No quieren hacer la voluntad de Dios. Pero los que practican el mal serán destruidos en Armagedón, la guerra de Dios (Salmo 37:10). Otra razón más por la que no se está llevando a cabo la voluntad de Dios en la Tierra es que los gobiernos no animan a la gente a hacerla. Muchos de ellos han sido débiles, crueles o corruptos. Bien claro lo dice la Biblia: “El hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo” (Eclesiastés 8:9).

 No obstante, después de Armagedón, la humanidad vivirá bajo un solo gobierno, el Reino de Dios. Ese Reino cumplirá la voluntad divina y traerá maravillosas bendiciones. Por ejemplo, eliminará de la escena a Satanás y sus demonios (Revelación 20:1-3). Hará que se aplique el poder del sacrificio de Jesús y, como consecuencia, los humanos fieles ya no se enfermarán ni morirán, sino que podrán vivir para siempre (Revelación 22:1-3). Además, transformará la Tierra en un paraíso. De ese modo, el Reino logrará que se haga la voluntad de Dios en la Tierra y santificará el nombre de Dios. ¿Qué significa eso? Que gracias al Reino, todas las personas llegarán a respetar y honrar el nombre de Jehová.



¿CUÁNDO ACTUARÁ EL REINO DE DIOS?

 Cuando Jesús les dijo a sus discípulos que le pidieran a Dios “Venga tu reino”, estaba claro que en aquel entonces el Reino aún no había venido. ¿Vino cuando Jesús ascendió al cielo? Tampoco, porque tanto Pedro como Pablo señalaron que después de que Jesús resucitó, se cumplió en él la siguiente profecía de Salmo 110:1: “La expresión de Jehová a mi Señor es: ‘Siéntate a mi diestra hasta que coloque a tus enemigos como banquillo para tus pies’” (Hechos 2:32-34; Hebreos 10:12, 13). Así pues, Jesucristo tendría que esperar un tiempo.

¿Cuánto tendría que esperar? Durante el siglo XIX, un grupo de estudiantes sinceros de la Biblia calculó que el período de espera terminaría en 1914. Los sucesos mundiales que han tenido lugar desde 1914 confirman que el cálculo de aquellos estudiantes de la Biblia era correcto. El cumplimiento de las profecías bíblicas muestra que en 1914 Jehová hizo Rey a Cristo y el Reino celestial de Dios comenzó a gobernar. Por lo tanto, estamos viviendo en el “corto espacio de tiempo” que le queda a Satanás (Revelación 12:12; Salmo 110:2). También podemos afirmar que el Reino va a actuar pronto para que se haga la voluntad de Dios en la Tierra.



1914: año importante en las profecías bíblicas

ANTES de 1914, un grupo de estudiantes de la Biblia estuvo anunciando por varias décadas que en ese año tendrían lugar sucesos significativos. ¿Qué sucesos serían? ¿Qué pruebas demuestran que 1914 fue un año muy importante?

En Lucas 21:24 encontramos estas palabras de Jesús: “Jerusalén será hollada [o pisoteada] por las naciones, hasta que se cumplan los tiempos señalados de las naciones”, o “los tiempos de los Gentiles”, según la versión Reina-Valera de 1865. Jerusalén era la capital de la nación judía. Desde allí gobernaba una línea de reyes de la casa real de David (Salmo 48:1, 2). Estos reyes eran distintos de los demás líderes nacionales porque se sentaban en “el trono de Jehová”, es decir, eran representantes de Dios (1 Crónicas 29:23). Así pues, Jerusalén simbolizaba el gobierno que ejerce Jehová.

Entonces, ¿cómo y cuándo comenzaron las naciones a pisotear el gobierno de Dios? Esto ocurrió en el año 607 antes de la era común (a.e.c.), cuando los babilonios tomaron Jerusalén. “El trono de Jehová” quedó vacío, y se interrumpió la línea de reyes que descendían de David (2 Reyes 25:1-26). ¿Se mantendría “hollada” a Jerusalén para siempre? No, pues en el libro profético de Ezequiel se da esta orden a Sedequías, el último rey de esa ciudad: “Remueve el turbante, y quita la corona. Esta [...] no llegará a ser de nadie hasta que venga aquel que tiene el derecho legal, y tengo que dar esto a él” (Ezequiel 21:26, 27). La persona con “el derecho legal” a heredar la corona de David es Jesucristo (Lucas 1:32, 33). Por lo tanto, Jerusalén dejaría de ser “hollada” cuando Jesús se convirtiera en Rey.

¿Cuándo ocurrió este gran suceso? Jesús indicó que los gentiles (es decir, los no judíos) gobernarían por un tiempo, o período, señalado. El capítulo 4 de Daniel da la clave para saber su duración. Allí se relata un sueño profético que tuvo un rey de Babilonia llamado Nabucodonosor. En el sueño vio cómo cortaban un árbol enorme. Solo se dejaba su base, la cual se ataba con hierro y cobre para que no creciera. Luego, un ángel ordenaba: “Pasen siete tiempos sobre él” (Daniel 4:10-16).

En la Biblia, los árboles en ocasiones representan gobiernos (Ezequiel 17:22-24; 31:2-5). Por lo tanto, el hecho de que se cortara el árbol simbólico significa que quedaría interrumpido el gobierno de Dios, el cual estaba representado por los reyes de Jerusalén. Sin embargo, la visión también anunció que “Jerusalén” sería “hollada” temporalmente: durante “siete tiempos”. ¿Cuánto duraría en realidad ese período?

Revelación (o Apocalipsis) 12:6, 14 indica que tres tiempos y medio son “mil doscientos sesenta días”. Por lo tanto, “siete tiempos” durarían el doble: 2.520 días. Ahora bien, las naciones no judías no dejaron de pisotear el gobierno de Dios tan solo 2.520 días después de la caída de Jerusalén. Queda claro que esta profecía tiene que extenderse por mucho más tiempo. Si buscamos Números 14:34 y Ezequiel 4:6, veremos que los dos textos mencionan una regla: “un día por un año”. Si aplicamos esa regla a los “siete tiempos”, tenemos 2.520 años.

El período de 2.520 años comenzó en octubre del 607 a.e.c. —cuando los babilonios tomaron Jerusalén y quitaron del trono al rey descendiente de David— y terminó en octubre de 1914. Fue entonces cuando concluyeron “los tiempos señalados de las naciones” y cuando Dios colocó a Jesucristo en su puesto de Rey celestial (Salmo 2:1-6; Daniel 7:13, 14).

Jesús predijo que durante su “presencia” como Rey celestial se producirían sucesos espectaculares, tales como guerras, hambres, terremotos y epidemias (Mateo 24:3-8; Lucas 21:11). Y así ha sido. Estos sucesos son una prueba convincente de que en el año 1914 nació el Reino celestial de Dios y comenzaron “los últimos días” de este mundo malvado (2 Timoteo 3:1-5).




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